jueves, 19 de abril de 2012
EL CUENTO DE LA TORTUGA: UN METODO PARA EL AUTOCONTROL DE LA CONDUCTA IMPULSIVA
Antiguamente había una hermosa y joven tortuga, tenia 6 (7, 8,…)
años y acababa de empezar el colegio. Su nombre era Pequeña
Tortuga. A ella no le gustaba mucho ir al Cole, prefería estar en casa
con su hermano menor y con su madre. No le gustaba aprender
cosas en el colegio, ella quería correr, jugar… era demasiado difícil y
pesado hacer fichas y copiar de la pizarra, o participar en algunas
de las actividades. No le gustaba escuchar al profesor, era más
divertido hacer ruidos de motores de coches que algunas de las
cosas que el profesor contaba, y nunca recordaba que no los tenia
que hacer. A ella lo que loe gustaba era ir enredando con los demás
niños, meterse con ellos, gastarles bromas. Así que el colegio para
ella era un poco duro.
Cada día en el camino hacia el colegio se decía a si misma que lo
haría lo mejor posible para no meterse con ellos. Pero a pesar de
esto era fácil que algo o alguien la descontrolara, y al final siempre
acababa enfadada, o se peleaba, o le castigaban. “Siempre metida
en líos” pensaba “como siga así voy a odiar al colegio y a todos.” Y
la Tortuga lo pasaba muy pero que muy mal. Un día de los que peor
se sentía, encontró a la más grande y vieja Tortuga que ella hubiera
podido imaginar. Era un vieja Tortuga que tenia más de trescientos
años y era tan grande como una montaña. La Pequeña Tortuga le
hablaba con una vocecita tímida porque estaba algo asustada de la
enorme tortuga. Pero la vieja tortuga era tan amble como grande y
estaba muy dispuesta a ayudarla: “¡Oye! ¡Aquí!” dijo con su potente
voz, “Te contaré un secreto. ¿Tú no te das cuenta que la solución a
tus problemas la llevas encima de ti?”. La Pequeña Tortuga no sabia
de lo que estaba hablando. “¡Tu caparazón!” le gritaba “¿para qué
tienes tu concha? Tu te puedes esconder en tu concha siempre que
tengas sentimientos de rabia, de ira, siempre que tengas ganas de
romper, de gritar, de pegar…Cuando estés en tu concha puedes
descansar un momento, hasta que ya no te sientas tan enfadad. Así
la próxima vez que te enfades ¡Métete en tu concha! A la Pequeña
Tortuga le gustó la idea, y estaba muy contenta de intentar este
nuevo secreto de la escuela. Al día siguiente ya lo puso en práctica.
De repente un niño que estaba cerca de ella accidentalmente le dio un golpe en la espalda.
Empezó a sentirse enfadada y estuvo a punto de perder sus nervios
y devolverle el golpe, cuando, de pronto recordó lo que la vieja
tortuga le había dicho. Se sujetó los brazos, piernas y cabeza, tan
rápido como un rayo, y se mantuvo quieta hasta que se le pasó el
enfado. Le gustó mucho lo bien que estaba en su concha, donde
nadie le podía molestar. Cuando salió, se sorprendió de encontrarse
a su profesor sonriéndole, contento y orgulloso de ella. Continuó
usando su secreto el resto del año. Lo utilizaba siempre que alguien
o algo le molestaba, y también cuando ella quería pegar o discutir
con alguien. Cuando logró actuar de esta forma tan diferente, se
sintió muy contenta en clase, todo el mundo le admiraba y querían
saber cuál era su mágico secreto.
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