sábado, 21 de abril de 2012

TODOS SOMOS CHINOS



El profesor Milton, viajero incansable y estudioso de la raza humana, ha llegado a la sorprendente conclusión de que todos somos chinos. Chinos mandarines, cantoneses, amantes del kung-fu o freakis disfrazados de Elvis, la sorprendente verdad es que dentro de cada uno de nosotros hay un chino que nos recuerda que todos somos iguales.
Por mucho que nos empeñemos en tener pasaporte y en ser canadienses, argentinos, rusos o españoles, si nos miramos por dentro de la camiseta y por debajo del color de la piel, no veremos más que un chino, un pequeño chino oculto, dialogante, expresivo, abierto y humano.
Apoyado por siglos de investigación, y cansado de las guerras y las alambradas, el profesor Milton -mi alter ego- describe al chino que llevamos dentro como un chino con rasgos africanos y acento europeo. Si se le conoce bien, se trata de un ser modesto, alegre, dispuesto a compartir, amante de las costumbres locales y de los distintos dialectos del idioma humano. Nada mejor para nuestro chino interior que saltarse las fronteras, que hablar con gestos, que entenderse con cualquiera.
A los chinos que somos en el fondo nos gusta jugar al juego de ser universales, de borrar naciones y de dibujar personas. Nos gusta tener los amigos repartidos y los elegimos por las ideas que tienen, no por las palabras que usan para decirlas. Se sabe que todos somos chinos porque todos sufrimos por lo mismo, porque a todos nos gusta lo mismo, porque nos duele que nos señalen como diferentes y porque las puertas cerradas son un mal rollo a evitar entre todos. Y ya hay demasiadas puertas cerradas con nombres de naciones, lenguas, nacionalidades o clases sociales.
Suerte que el chino que somos en el fondo siempre tiende la mano a cualquiera y su última palabra es un saludo.

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