TODOS SOMOS CHINOS
Por mucho que nos empeñemos en tener pasaporte y en ser canadienses, argentinos, rusos o españoles, si nos miramos por dentro de la camiseta y por debajo del color de la piel, no veremos más que un chino, un pequeño chino oculto, dialogante, expresivo, abierto y humano.
Apoyado por siglos de investigación, y cansado de las guerras y las alambradas, el profesor Milton -mi alter ego- describe al chino que llevamos dentro como un chino con rasgos africanos y acento europeo. Si se le conoce bien, se trata de un ser modesto, alegre, dispuesto a compartir, amante de las costumbres locales y de los distintos dialectos del idioma humano. Nada mejor para nuestro chino interior que saltarse las fronteras, que hablar con gestos, que entenderse con cualquiera.
A los chinos que somos en el fondo nos gusta jugar al juego de ser universales, de borrar naciones y de dibujar personas. Nos gusta tener los amigos repartidos y los elegimos por las ideas que tienen, no por las palabras que usan para decirlas. Se sabe que todos somos chinos porque todos sufrimos por lo mismo, porque a todos nos gusta lo mismo, porque nos duele que nos señalen como diferentes y porque las puertas cerradas son un mal rollo a evitar entre todos. Y ya hay demasiadas puertas cerradas con nombres de naciones, lenguas, nacionalidades o clases sociales.
Suerte que el chino que somos en el fondo siempre tiende la mano a cualquiera y su última palabra es un saludo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario